viernes, 2 de diciembre de 2011

Relato. Cogedoras de guisantes.



Roque tenía un buen tajo de guisantes para la recogida. Allí estábamos alrededor de diez mujeres, en el campo, cumpliendo con nuestra jornada laboral. Ya no recuerdo ni dónde.
Casi oscureciendo el jefe dijo que era hora (de dar de mano), esto significaba dar por concluido el trabajo.
Nos comunicó, que para el día siguiente solo necesitaba la mitad de la plantilla, y nos pusiéramos de acuerdo entre nosotras, quiénes se quedarían en casa.
¡Vaya papeleta!, con las ganas que teníamos todas de no perder el jornal.
Al final decidieron entre “risitas” las mayores (como siempre). Nos quedaríamos las jóvenes, “para aprovechar el día haciendo el ajuar” decían; burlonas.
- Bueno, pues seguiré bordando la boca del cabecero que dejé anoche empezada.
Y tenía para largo, porque enrevesada era yo para hacerme el ajuar. Como no tenía mucho, le dedicaba un trabajazo enorme al bordado. Si llego a saber que años después, ya de casada, a mi marido le molestaban las puntillas para dormir... ¡anda que!...

A la mañana siguiente, ya me había puesto los “manguitos”. Para bordar me ponía una especie de manga blanca, con un elástico, sujetando el brazo a la altura casi del hombro. Ésto se hacía en los dos brazos, para no untar de ninguna rozadura las sábanas blancas que serían en un futuro puestas en mi lecho matrimonial. Eso decía mi madre; demás yo copiaba de mis primas Carmen y Tere, que las adoraba y siempre iban puestas de “manguitos” para estos menesteres.

No había pegado la primera pedalá a la máquina de coser cuándo vino Roque llamando a la puerta.

- ¡Venga!, ligerica. Al final os necesitamos a todas. Vamos a por las otras mujeres.

Entonces se decían “las mujeres”, como si no tuviéramos nombre. Mujeres a las chicas, mujeres a las mayores, mujeres a todo lo que llevaba falda.

- Vaya, juerrr, ya que me había hecho a la idea...
Pensé: hala, Mari Carmen, quitate los “manguitos” y ponte el disfraz de campo.
Pantalones largos, (bajo el vestido de tres cuartos y de mangas largas), porque, ¿pantalones solos? ¿sin vestido encima? ¡Noo!. Eso era exclusiva de los hombres. Delantal para echar los guisantes que cogíamos (que parecíamos preñás de nueve meses cuando se llenaba), pañuelo a la cabeza con cuatro dobles cubriendo la cara asomando solo los ojos, y sombrero de palma encima.
No sé yo para que tanto cubrirnos del sol si hacía un frío que pelaba en el bancal.

Al llegar al tajo, (ni que decir tiene, con mala uva, porque ya tenía yo mis planes de bordado), las buenas “mujeres” empezaron a cachondearse de nosotras.

- Habrá terminado ya Mari Carmen la boca del cabecerón?

Minutos mas tarde...

- ¿Por dónde llevará Mari Carmen el cabecero?
- Jajaja. Contestaban al unísono todas las arpías.

Al poco rato...

- Debe haber terminado Mari Carmen todas las flores del cabecero, ¿no creéis?

Y dale Perico al torno con el joío cabecero.
Qué día mas largo ¡por Dios! Así, cada diez minutos. Deseando que llegase el jefe con la furgoneta para ir a casa y guardar el dichoso cabecero, al menos por esa noche.

Por fin viene Roque a por nosotras. Final de cachondearse. ¡Qué alivio!

- Pues tengo que hacer dos viajes. Dice Roque: - No cabéis todas en uno, llevo el 4L viejo. La furgoneta no la tengo.

- ¡En el primero, nosotras! ¡Nosotras las primeras!. Saltaron como locas las mayores.
- Las jóvenes las últimas, ellas no tienen quehaceres en casa a estas horas.
- Y yo tengo que freír patatas y huevos, dijo María.

Y allí nos quedamos en un margen las cuatro pupilas. Perica, Juanica, Menganica, y yo,esperando que Roque fuese a Sucina a llevar a las impacientes del cachondeíto y volviera de nuevo a por “las mujeres” del segundo viaje.

El sol ya hacía dos horas que se había escondido y la luna brillaba por su ausencia.
Pensábamos que se habían olvidado que aún quedaban “mujeres” por recoger. No veíamos nada. Ni margen, ni camino, ni mucho menos el deseado 4L.
Entonces no habían móviles ni nada para comunicarnos, a no ser con señales de humo, como los indios.

Vislumbramos unas luces a lo lejos y nos sentimos salvadas.
¡Por fin vienen a rescatarnos!

- Roque, pensábamos que nos ibas a dejar aquí, ya para mañana.
- No, es que al saltar un badén se ha roto el coche y he tenido que ir andando a por otro vehículo.

Otro vehículo que era de la misma categoría del primero, por no decir la mitad peor.

- ¡Vamos, mujeres, vamos!
- Menos mal que cuando lleguemos, al menos nos tendrán la cena preparada. Dijo: Juanica.
- ¡Que vaaa!. El coche se me ha roto yendo para Sucina.
- ¿Y las viejas? Preguntó Menganica
- Las he dejado aparcadas a la orilla del camino.
- ¡No me digas! Exclamó, Perica
- Pues si.
- Jajajaja. Saltamos todas a la vez.

Los focos de la “limusina” dibujaron la fila de sombreros de palma entre los matorrales del camino. Y allí estaban las viejas, (nosotras les decíamos viejas aunque no tendrían mas de 40 años).

- Venga, subir. A ver como os apañáis que tenéis que caber todas. Hay sitio.

Lo de “haber sitio” era un decir, porque íbamos al montón. Unas encima de otras, con la cabeza agachada para no topar en el techo. Las que mas pesaban soportaban el peso de las mas ligeras.
Las sardinas en lata podían bailar, en comparación con aquello.
Yo, como era la mas menuda, me designaron la bandeja trasera del coche. Allí hecha un ovillo. No podía ni reírme, a pesar de que me moría de ganas, pero cada golpe de risa suponía un coscorrón considerable con el cristal trasero. Anda, que si me tuviera que meter ahora así... ¡iba lista!.
Pero yo tenía que devolver la pelota del puñetero cabecerón.
Así que el trayecto fue largo pero ameno.

- María tiene que tener las patatas fritas, ¿no creéis chicas?

A medio kilómetro...

- Humm, ¡que bien huelen las patatas de María!.
- Es verdad, yo también las huelo.
- Está tostaditas.
- Callaros ya que no está el horno para bollos. Contestaba; María
- Venga mujer, si tienen una pinta riquísima.

Otro medio kilómetro mas...

- Ya estarán las patatas de María casi listas...
- Debe ir por el primer huevo.
- Claro, esa ventaja tiene irse en el primer viaje.
- Nenicas, dejaros ya mis pataticas, que me estáis poniendo nerviosa.

Así llegamos hasta el pueblo. Dándole vueltas a las patatas de María.
Si difícil era entrar todas en el 4L, no fue mas fácil salir de él.
Creo que todavía me quedan agujetas.

Mari Carmen.

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