domingo, 26 de mayo de 2013

Compartir

Ahora está muy de moda enseñar a los niños la importancia de compartir. Antes, era lo mismo, aunque se llamaba distinto: “¡Déjaselo! ¡Déjaselo o te arreo un pescozón!

La palabra correcta a esta acción que predican padres y profesores es compartir.
Hay que ser solidarios y compartir juguetes, comida, chuches, etc...
A los niños no les hace mucha gracia esto, sobre todo cuando es para dar, y prefieren aplicar la enseñanza solo para recibir, aunque para eso no hay que ser niños. A los mayores les pasa lo mismo.
Padres machacones siempre insistiendo, día tras día, año tras año, hasta que al final se terminan aprendiendo la lección.

Según edad, se comparten: galletas, caramelos, el monopatín, la bici, la novia, alegrías, penas, amor, cariño, abrazos, los nietos, deudas, (de esto último no sé por qué, es de lo que más me llega) Pero, no nos quejaremos, siempre es bueno que se acuerden de uno, cada cual con lo que pueda ofrecer y tenga intención de dar.

Recuerdo el compartir que teníamos en casa cuando éramos jovenzuelas las tres hermanas. Siempre compartíamos ropa. Osea, la primera que se arreglaba de domingo, se ponía la que mas le gustaba, y las otras que se apañaran después entre gritos y gruñijas.
Lo peor eran los pantalones. Mi hermana mediana tenía mas estatura que yo, con lo cual sus pantalones me arrastraban, y por fuerza tenía que ponerle unos alfileres (sin que se vieran) en los bajos, para salir del paso cuando yo me los ponía. Ella, la muy... como los míos le estaban rapicortos se limitaba a descoser las patas y cuando volvían de nuevo a mi tenía que volver a coser. Esto me recordaba en cada ocasión que cualquier día tendría que matarla pero nunca llegaba el momento.
La pequeña iba a su bola. Ahí nos dimos cuenta que le faltaba oído. Salía disparada con lo que mas le gustaba puesto y las dos restantes dándole gritos, “ Ehh, que te has puesto mi jersey!! ¡¡Oyee y mis pantalones!!” pero ella ni caso, como si no nos oyera, yo creo que de tanto practicar en su juventud, ahora se nos está quedando sorda.

Con la comida pasaba igual, éramos muy solidarias con esas cosas, cada vez que mi madre cocinaba paella de “arroz con conejo”... No sé que le pasaban a los conejos de mi madre que no tenían ni riñones ni hígado. Pues sí, era un misterio. Mi madre juraba que los había echado a la paella. Ninguna de las tres se los había comido, pero allí nunca estaban.

Mi padre si que sabía compartir. El aperitivo que mas le gustaba era una lechuga mojada en sal. Y ahí estaban los seis ojos de sus tres niñas mirando como deshojaba la hortaliza, hoja tras hoja, hasta llegar al tronco. Era lo que mas le gustaba a él y lo que estábamos esperando nosotras, el tronco pelado.
Cuando ya le quedaban muy pocas por quitar empezaba a sonreír y mirarnos las caras. Sin decir nada cogía ese tronco y le hacía una cruz central de arriba abajo quedando cuatro trozos iguales. Nos daba uno a cada una de nosotras y el cuarto lo partía por la mitad y lo compartía con mi madre.

¡Qué forma mas bonita de compartir!.

Mari Carmen.

No hay comentarios: