domingo, 21 de febrero de 2016

El libro de mi vida sois vosotros.


El libro de mi vida sois vosotros:
En él me plasmé igual que una moneda.
Como ninguno mejor otro
en carne, sangre y alma os queda.
Para los restos del amor se queda,
Porque amor es la Ave Fénix mensajera
Que resucita y nuevamente vuela.
De las delicias de la vida buena.
Leedlo con frecuencia ensimismada
cual si fuera una hostia historia consagrada
por a manteneros siempre en vilo,
tira que tira del hilo
del laberinto de la vida.
que continuar debéis
Esto hizo mi padre, esto quería
(Y por eso su vida nos daría),
que hiciéramos como él sus tres nosotros
Recordad con unción a aquel buen padre
Que no tuvo perrito que le ladre,
Ni más amo que él mismo
y gozó de los cielos y sondeó el abismo.
Ripioso como pocos, componía a deshoras
Largas sagas de versos meteoras
Que alumbrarán al mundo porvenir.
Oídme, si queréis, oídme. Oir
El paso de mis ojos por las hojas
Del humor se mantuvo a duras penas,
Tuvo días gloriosos con sirenas
Que le tentaban gráciles, desnudas.
Entre Scila y Caribdis, dudas, dudas
Mas no desatendió sus libreras faenas

Y seguid su talante

Apuleyo Soto Pajares

lunes, 1 de febrero de 2016

Mi TATA

 Doy gracias a nuestro amigo Antonio Martínez Meseguer por compartir con nosotros un cachito de su vida, narrada en esta bonita historia. La veréis también publicada en su Facebook pero ha tenido la gentileza de dar a "Sucina. Poetas y derivados" la primicia.


Transcurría la década de los setenta cuando un servidor se trasladó a El Palmar a realizar sus estudios. Había clase por la mañana y por la tarde, por lo que mi madre me preparaba "la capaza" con almuerzo y comida. De esta última, daba buena cuenta en diversos lugares: bajo un limonero, en una acera, etc. Un día mi buen compañero, Antonio Zamora Bastida, que está en la foto, me pidió que le acompañara a su casa para ayudarle en un trabajo. Era una excusa planeada por él y su madre, la mujer de la foto, La Tata para todo el mundo, para invitarme a comer con ellos. Cómo me tratrarían que estuve comiendo allí durante casi cinco años y bastantes noches me quedé a dormir. Esta mujer, mi Tata, no sólo me quiso como a sus hijos, también me trató igual que a ellos. No pasaba santo o cumpleaños sin que me hiciese buenos regalos, y cada año Los Reyes Magos dejaban en aquella casa algo para mí.
Me gustaría tener la pluma de Lope De Vega, de Bécquer o de Miguel Hernández para poder expresar como ellos todo el agradecimiento y todo el amor que hay dentro de mi corazón hacia esta familia tocada por la mano divina de Dios. ¡Qué buen hombre Esteban!, esposo de mi Tata y que se encuentra junto a ella, en el cielo. ¡Qué estupendos hijos Fernando, mi compañero Antonio y Fina, derrochadora de bondad y con un corazón que emana ternura como pocos! Por supuesto que, ¡vaya nietos! Recuerdo con mucho cariño a Teodorica, para quien yo era su otro tito Antonio. Los demás han venido después y he tenido menos contacto con ellos. Y ¿qué decir de mi Tata? A ella le dije en muchas ocasiones que la quería igual que a mi madre. Más veces me dijo ella que me quería como a un hijo. Cuando después iba a visitarla con mi familia, cómo trataría a mis hijos que, al día siguiente ya me estaban preguntando: -papá, ¿cuándo vamos otra vez a ver a La Tata?
 -Tata de mi corazón, aunque estás en el cielo, sé que me ves y me oyes, por eso, con lágrimas en los ojos y sonriendo mi alma te digo: ¡te quiero! Y doy gracias a Dios divino por haberme dado el privilegio de tener DOS MADRES.

Antonio Martínez Meseguer.