Mientras se levantan
circos belicosos
entre los humanos por
pensar distinto,
sufren mil acosos torpes y
fogosos
los circos pacíficos con
el noble instinto
de los animales como
diversión.
¿Qué diría a esto aquel
que a dos manos
montaba elefantes de
trompas triunfales
entre majorettes al son de
timbales
y brincos graciosos de
parcos enanos,
Gómez de la Serna, el
gran don Ramón?
Cuéntase que antaño,
cuando los romanos,
ya se peleaban hombres muy
brutales
mojando la arena con
sangre a raudales
de libios paganos y
esclavos cristianos
delante del palco del loco
Nerón.
El gentío aullaba, su voz
tremolaba
sobre los sillares de
mármol altivo
y más de un cautivo no
salía vivo
pues le desgarraba y
desparramaba
por el suelo inerte el
fuerte león.
Pero este de hoy, este
circo andante,
chocante, pimpante, blando
y serenante,
no tiene que ver nada con
aquel
y los animales, en su
mansa piel,
no sufren heridas, que son
de algodón
las tiernas caricias de
las amazonas
y el azúcar dulce de los
domadores,
y son pura nata las dueñas
fondonas
y risas y palmas los
espectadores
del sumo espectáculo, la
suma ilusión.
Dejad pues al circo con
todos sus bichos:
focas y leones, cebras,
perros, gatos,
tigres, burros, sierpes y
otros pelagatos
listos y selváticos…
Como dice el dicho:
“hacen su trabajo, gozan
un montón”.
Y abajo los “circos”
de los bandoleros
que son los políticos
gafes y trileros
que a todos nos meten en
su carpa estrecha
yendo en caravana,
izquierda y derecha,
como a borreguitos jugando
al pimpón.
Animal hermano: dame tus
patitas,
tus cuernos, tus garras,
tu boca, tus manos.
Quedemos conjuntos los
pobres humanos
con vuestras circenses y
aclamadas citas:
Todo sea a gusto del niño
coñón.
Apuleyo Soto.