Por nadie pase...
María
cogió el atizador de la chimenea antes de abrir la puerta. Vio
resplandor de luces encendidas que venían del primer piso. Su hijo
seguía gritando ¡HUUUMMM! ¡HUUUMMM!
Quería
correr, no podía. Algo le decía que era mejor ir despacio, sin
hacer ruido.
Bajó
los peldaños silenciosamente. La puerta de entrada estaba abierta,
siguió sigilosa hacia el salón, sus ojos se fijaron en las sillas
tumbadas en el suelo y los armarios abiertos. Le dio un vuelco la
sangre, empezaron a temblar sus piernas. No había tiempo de volver
sobre sus pasos para avisar a Pepe que estaba durmiendo. El segundo
perdido podría ser decisivo.
Habrían
cogido a Elías. Uno de los ladrones debía tenerle la boca tapada y
forcejeaba con él, se oían golpes en la mesa de la cocina.
Sintió
mucho miedo, un miedo aterrador. No sabía con cuantos se podría
encontrar. Podrían perecer los dos, ella y su hijo.
María
levantó el atizador y asomó de repente en la cocina.
Elías
estaba retorcido de dolor golpeando la mesa. Al ver a su madre,
escupió al fregador lo que llevaba en su boca.
-
¡Mamá! ¿Qué haces levantada? ¿Donde vas con el atizador de la
lumbre?
Ella
se dejó caer en la silla, (de no haberlo hecho, habría caído al
suelo)
-
Mamá, ¿te pasa algo? Te veo muy asustada.
-
No, hijo, estoy bien. Dime tú a mi, que pasa.
-
Nada mas acostarme ha empezado a dolerme la muela.
- Y
¿Qué ha pasado? Contestó María, temblando como una hoja al
viento.
-
Pues me he tomado una aspirina, pero me seguía doliendo. No quería
subir a despertarte y he estado dando vueltas por el salón.
Elías
tenia la costumbre de no despertar a su madre en mitad de la noche,
cosa que ella le reprendía siempre. Si tenía fiebre, un rasguño,
una pequeña quemadura, anginas, la cabeza, cualquier cosa que le
doliera y María no fuera consciente de ello, se lo tragaba él solo
hasta el día siguiente.
-
Elías; ¿Por qué están los armarios abiertos?
- Ha
sido buscando la ginebra. No la encontraba. La última vez que me
dolió la muela me fue muy bien el remedio casero que me dijiste,
mantener un trago de ginebra en la boca durante cinco minutos y
después tirarlo.
- Y
¿Qué hacen las sillas por el suelo?.
- Al
echarme el licor a la boca rabiaba de dolor, pero no quería
expulsarlo de inmediato para que hiciese mas efecto. He tropezado con
las sillas y se han caído.
-
Hijo mío. Vaya susto me has dado. Pensé que estabas en peligro.
-
¿No te habrás asustado de verdad?
-
No, no, que va, solo un poco, ya ha pasado. Me quedo contigo hasta
que mejores.
-
Puedes volver a dormir mami, de verdad, ya no me duele, se ha
calmado el dolor. Yo también voy a la cama.
María
esperó un rato, con su hijo. Puso las sillas en su sitio, cerró
armarios y subió de nuevo a la buhardilla, no sin antes haber
quitado la nota de la puerta de calle. La causante de todo el
embrollo.
Se
sentó en el sofá y dio rienda suelta a su llanto. Lloraba entre
rezos, agradeciendo a Dios que solo había sido un susto.
¿Cómo
su mente había visto tan claramente que su hijo estaba en peligro?.
¿Cómo pudo montar esa película ella sola?.
Lloró
y lloró, en silencio, para no alarmar a Pepe.
Cuando
se tranquilizó un poco, se fue a la cama.
-
Nena, ¿ahora vienes a dormir? ¿Que estabas haciendo? ¿Estás
temblando?.
-
Tranquilo, no pasa nada, sigue durmiendo. Mañana te cuento.
Mari Carmen.
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