14 Junio
Nuestro buen amigo segoviano José Ángel González Linares con el premio al mejor escrito. El muy “pillín” se lo tenía guardado.
Con su permiso lo subo a la palestra porque os vais a mondar de risa con este divertido relato.
Un premio muy merecido. ¡Enhorabuena José Ángel!
UN
AUTOESTOPISTA EN EL
CAMIÓN DE EDWARD
¡Por
San Cristobalón, proclamo que solamente me montarán a rastras en un
camión con el volante a la derecha!
Yo tenía entonces dieciséis
años y hacía autoestop a menudo, ya que lo más valioso que llevaba
en mis bolsillos eran un monedero ajado con unas cuantas monedas, un
pañuelo azul claro bordado por mi madre para secarme el sudor y un
moquero blanco.
Esos rememorados años en los que practiqué
autoestop con aquellas personas que conocí en esas circunstancias
han marcado un periodo de mi vida, especialmente mi relación con
algunos camioneros, con los que he fraguado una buena amistad.
Si
tengo que escoger una experiencia que me sobrecogió sería la que
viví a mediados de septiembre de 1976. Recuerdo que una luminosa
mañana de las postrimerías de aquel verano me puse a hacer dedo al
lado de una gasolinera a la salida de Collado Villalba (Madrid) con
un trozo de cartón en el que había escrito SEGOVIA con un rotulador
en grandes letras.
A la media hora me paró un camión que
conducía un treintañero bigotudo, rubio y fornido y me dijo en un
español macarrónico "yo iré Segovia hoy y continúe mañana
viajo London".
Metí la maleta detrás de mi asiento y me
senté a su lado izquierdo. ¡Ay, la burra de Balaam, el volante
estaba a la derecha! En ese momento no sabía la que se me venía
encima.
Farfulló que se llamaba Edward, era de Londres y
transportaba diversas mercancías desde Madrid. Yo le comenté que de
Londres surgió el grupo musical los Rolling Stones, al igual que los
Moody Blues eran de Birmingham o los Beatles, de Liverpool. El
rubiales londinense se alegró de que siendo tan joven entendiera
tanto de rock, ya que llevaba una interesante variedad de cintas de
música de pop y rock, que escucharíamos en el trayecto y así
mitigaríamos la monotonía.
Me presenté: me llamo José María y
nací en un pueblo segoviano de fértiles vegas regadas por el río
Duratón, cerca de Sacramenia. Mi pueblecito reposa en un valle y
está rodeado por la Comunidad de villa y tierra de Fuentidueña.
Edward me ofreció un cabás lleno de casetes y yo elegí una
para oírla: "Bridge over troubled water" ("Puente
sobre aguas turbulentas") de Simon y Garfunkel. Desde el primer
momento que escuché la cancion, en mi cabeza de adolescente, me
conmovieron estas estrofas: "Estoy a tu lado cuando los tiempos
son difíciles y los amigos no se encuentran. Como un puente sobre
aguas turbulentas me asentaré. Ha llegado tu hora de brillar. Todos
tus sueños están en camino".
Al cruzar el túnel de
Guadarrama me entró un repentino escalofrío, mal presagio de ese
día aciago, pero las anheladas montañas copadas de pinos y robles,
entreverados con matorrales, de la sierra hermanada madrileña y
segoviana elevaron mi ánimo. Puro encantamiento de vegetación en su
esplendor.
La planicie castellana, pintada de rastrojos y
girasoles y salpicada de encinas, majuelos, chopos y arbustos, se
diseminaba cual parva quieta hasta el horizonte de los montes
leoneses.
El páramo agreste se disipaba en la lejanía y con
este paisaje bucólico vinieron a mi mente los "Campos de
Castilla" machadianos, definidos por el añorado y bondadoso
poeta sevillano con agudeza, atemporalidad y visión atinada y
desgarradora.
Estos parajes de lozanas hondonadas y frondosos
montes de gabarreros, que ahora contemplábamos, teníamos que
gozarlos acompañados de la música de un grupo de folclore
segoviano, que en sus tempranos años ya despuntaba en el panorama
musical español. Saqué de mi bolsa bandolera la cinta del "Romance
de El Pernales" de Nuevo Mester de Juglaría y le consulté a
Edward si la podíamos escuchar. Asintió con la cabeza y después de
unos cuantos minutos empezó a tambolirear con sus dedos en el
volante, siguiendo el ritmo de una jota.
Nos encontrábamos cerca
de San Rafael y al adelantarnos un Seiscientos blanco nos llevamos un
buen espanto, ya que se había pegado demasiado al camión. Busqué
entre las cintas que llevaba la de Led Zeppelin IV y la introduje en
el radio cassette. Si había que subir al "otro barrio" qué
mejor que con "Stairway to heaven" ("Escalera al
cielo") o si no, alcanzar la trasmutación con “El Mesías”
de Haendel. Ya puestos a pedir, Mozart con su "Réquiem"
también podía salir a nuestro encuentro.
En la lontananza
atisbábamos la velera silueta del alcázar señero segoviano; la
majestuosidad pétrea del acueducto romano cobijaba bajo sus arcos a
las casas y a sus moradores; la dama gótica, catedral etérea y
perenne, nos lanzaba destellos prístinos de sus cúpulas altivas y
nos acogía dándonos la bienvenida.
En las inmediaciones de la
ciudad de Segovia un Renault 5 nos adelantó temerariamente y Edward
tuvo que maniobrar con pericia para evitar la colisión, pero nos
salimos, desolados, de la carretera. Edward se disculpó resignado,
atusándose su bigote distraídamente y mascullando algunas palabras
en inglés.
El muñeco bailongo de Elvis Presley del salpicadero
salió disparado y se estampó contra la luna delantera; por
desgracia, Elvis se había partido su pelvis obscena.
Mi primer
pensamiento fue tomar las de Villadiego, pero había cogido cariño a
Edward y no podía dejarle solo en la estacada. Así que esperamos
cabizbajos que acudiera en nuestra ayuda la Guardia Civil de Tráfico.
Un jotero Mesteril
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