María estaba en su trabajo con un
humor de perros. No era la primera vez que se quedaba en tierra
cuándo su marido tenía algún viaje previsto. Él insistía en que
ella le acompañara, no le gustaba viajar solo, además todos los
amigos comunes iban con su pareja y Pepe no quería ser menos. María
a pesar de las ganas que tenía de irse y desconectar unos días, en
las fechas que se celebraba la Congregación, este año no podía
abandonar su trabajo.
Ya han pasado tres días. Solo faltan
dos para que vuelva – Se decía María para sí misma- . Hablaba
con él todas las noches después de la jornada y siempre decía lo
mismo:
-Tenías que haberte venido. Esta parte de la Península es preciosa.
- Sabes que no podía. La próxima vez
será.
Le echaba de menos. Las noches eran
eternas sin él a su lado. Nunca pensó que podría añorar tanto su
presencia.
De día se centraba en su quehacer, sin
evitar pensar que era una gili... por no haberle acompañado. Total,
solo eran cinco días y al final nadie le agradecería el haberse
quedado.
Sentía un coraje interior que le hacía
mover las manos a ritmo desorbitado. No hay persona mas rápida y
eficaz en su trabajo que una mujer cabreada. Pero, ¿cabreada? ¿De
qué?
Simplemente de las circunstancias.
El teléfono sonó a media mañana del
cuarto día. Lo cogió su compañera Gertrudis:
- Es tu Pepe, -mirando a María-.
- ¿Mi marido? A estas horas?
- Dice que te ha llamado al móvil.
- Lo tengo en el bolso y no le he oído.
Escuchó la voz de Pepe:
- Hola cariño, no te preocupes, no
pasa nada, estoy bien.
- ¿Te ha pasado algo? ¿has tenido
algún accidente?
A María le empezaron a temblar las
piernas.
- No, no, tranquila, solo ha sido un
pequeño susto. Llevo dos días en el hospital. La segunda noche de
estar aquí me dio un “pipirijate” en la madrugada.
- ¿Pipirijate? ¿qué clase de
pipirijate? Estoy muy asustada, ¿eh?
- No ha sido nada de verdad, no te
preocupes.
Dice el médico que debo estar un
tiempo haciéndome pruebas y como veo que no podré regresar con el
grupo que vinimos, pues he pensado contarte lo que ha pasado.
De haberme podido ir con ellos no te
habría dicho nada hasta llegar a casa. No hace falta que vengas,
solo quería que lo supieras.
- Cariño, ¿cómo no voy a ir? ¡Me
pongo en marcha ahora mismo!
- ¿ Y el trabajo?
- Que se apañen. Cojo el primer avión
que salga.
María muy asustada y nerviosa, mal
explicó a sus compañeros el problema.
Tenía que marchar por tiempo
indefinido a la otra punta del País.
Su marido le necesitaba en esos
momentos y ella solo pensaba en estar con él.
El hospital parecía desértico. Anduvo
por los pasillos buscando la recepción. Tal vez se había equivocado
de puerta y no había entrado por la principal.
Al tomar una esquina de esos corredores
vio al fondo un mostrador con varias personas detrás.
Aceleró aún mas sus pasos y
balbuceando las palabras preguntó por el enfermo José Tal y Tal.
Un señor de mediana edad y con bata
blanca se dirigió a ella:
- ¿Es usted su esposa?
- Sí, sí, yo soy. ¿Cómo está? ¿Que
le ha pasado?
- Está bien, no se preocupe. Venga a
mi despacho, le explico antes de que suba usted a la habitación.
María pensó que podría ser peor de
lo que imaginaba. Los médicos siempre dicen que el enfermo está
bien y luego te dan el sopetón.
Ella siguió los pasos del médico en
silencio. Tomó asiento, como el doctor le indicó.
Intentaba parecer normal a pesar del
susto que tenía en su cuerpo. Lágrimas corrían por su mejilla sin
que ella pudiera evitar que salieran por sus ojos.
-Tranquila señora.
- María, para servirle.
- Pues tranquila María. Verá usted,
le cuento: A veces, el cerebro está cabizbajo, sin ganas de nada, no
tiene energía para pensar u obrar.
- Mi marido nunca estuvo deprimido.
- Un segundo, María: A ver, ¿como le
diría esto? Es un poco complicado. Intentaré explicarlo para que
usted me entienda.
- Sí, por favor, dígame. Sin palabras
técnicas, soy de campo.
- En fin, el seso es muy complejo.
Cuándo una persona está en condiciones opacas, apagado, cabizbajo,
(como le he dicho anteriormente) necesita una medicación, para que
su cabeza vuelva a funcionar correctamente.
Durante ese tratamiento el paciente no
puede ingerir ningún tipo de alcohol, es contraproducente. Mas bien
diría; ¡Una bomba! Los riesgos son elevados.
- ¡Por Dios! Doctor, mi marido no
lleva ningún tratamiento de ese tipo.
- ¡Espere! Espere; déjeme terminar.
Como le iba diciendo: No se deben mezclar anti-depresivos con bebidas
alcohólicas.
- Si, sí, bueno, eso lo sé. Y ¿qué
tiene que ver todo esto con lo que le ha pasado?
- Su marido hace tres días hizo esa
mezcla y el resultado fue un paro cardíaco.
- ¿Como? ¿Mi marido mezcló qué?
Doctor, no entiendo nada. O se explica usted mejor o el paro cardíaco
me va a dar a mi.
- María, le estoy hablando muy
sencillamente. Usted cambie, cabeza (de arriba) por cabeza (de abajo).
Cambie, “seso” por “sexo” y enseguida comprenderá dónde
quiero ir a parar.
Moraleja:
Si tu marido dice:
¿Vamos? ¡Vete! Por lo que pueda pasar.
Mari Carmen.
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