El vocabulario
de ayuso sexista
se pasa de listo,
inunda las listas:
señoras, señores,
chiquillos, chiquillas,
jóvenes y jóvenas…,
dicen hasta en misa.
Y no paran, siguen
las muy Señorías:
congreso, congresa,
morcillo, morcilla,
senado, senada,
arpíos, arpías,
prohombres, prohembras,
tocinos, tocinas,
obesos, obesas,
finitos, finitas,
obsexos, obsexas
y tíos y tías,
y abuelos y abuelas,
padrinos, padrinas…,
dándonos palizos
y también palizas,
o solo pellizcos
que llaman pellizcas,
igual que repiten
erizos y erizas,
castaños, castañas,
chorizos, chorizas,
siempre con el género
en la boca aprisa.
No iban a caber
tantas palabritas
en los diccionarios
con las susodichas,
ni los académicos
las recogerían
por ser seres sabios
con auto-nombría.
¿Escribo académicas?
Vaya, ya es manía:
forjar el discurso
para la autoestima
de unos y de otras
tras igual porfía
señera y utópica
y descomedida.
Me dan peno y pena
y risos y risas
estas discusiones
que sin par chirrían,
puesto que al idioma
lo diversifican
sin tono ni modo
que le haga justicia
imponiendo dúplices
palabras unívocas
aquellos y aquellas
que juntos las pían:
pavos y pavesas,
gallos y gallinas,
gansos y gansesas,
hormigos y hormigas,
cangrejos, cangrejas,
mariscos, mariscas,
percebes, percebas,
sardos y sardinas,
gambones, gambonas,
papas y papisas.
Ya está bien, amigos,
-¿o tal vez, amigas?-
este bi-lenguaje
de estúpida huida
a ignórase qué
ruta numantina
de talento obtuso
y talenta ofidia
luchando por bordes
diferencias mínimas.
Entre el mujeraje
y la homofobía
cabe un largo trecho
de sabiduría.
Recórranlo ustedes
-camino es de vida-,
evitando hablar
de esa forma ambigua
que no une, separa
de limón a lima,
de chatín a chata
y otras virguerías,
propias de personas
vacuas, presumidas,
con toda una corte
de izas y rabizas
y colipoterras
de celiano escriba.
¿Me pongo el camiso?
¿Cuelgo la camisa?
¿Cambio de chaqueta
o de rebequilla?
¿Me hago un pajarito?
¿Me hago una pajita?
Por Dios, no, que no,
que nada me asfixia.
¡Ay, que me desovo
y que se me orina
en el wáter, wuátera,
la enhiesta colita…,
y a ellas la clónica
cosa clitorítica!
(Perdón, no es mi intento
desfacer honrillas.)
Pero cual o cuala
que cuela esas citas
por quedar correcto
o correcta enclítica,
me la pelan, digo,
me la refanfinflan,
pues no es necesaria
la hinchazón explícita
con el masculino
en la eyaculina
moza placentera
del cura de Hita,
y no hago distingos
ni fago distintas
a unas de otros
bajo la barriga.
Deténgase, pues,
esa onda expansiva
que apura las normas
de la cortesía,
y de la elegancia,
tan resbaladiza,
y del uso estable
de la ortografía,
y convierte en tópicas
las mil maravillas
de hombres y mujeres
unidos, unidas.
Sobran los machitos
y las femen-istas,
huelgan los capones
y las escapistas.
No necesitamos
tantas pantomimas
de inconscientes tontos,
sapos y sapisas,
torpedos, torpedas
y mariposillas.
Amén diga usted
conmigo en las rimas.
Si no está de acuerdo,
Apuleyo Soto.
1 comentario:
Jajajaja D. Apuleyo, lleva usted razón. Nos falta enciclopedia, o nos sobran letras.
Muchas gracias amigo.
Un abrazo.
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