24 Mayo
HISTORIAS DE BURROS
LAGUNEROS
El último burro, el del sr Eutiquio García, dejó
de corretear por las calles y caminos de Laguna de Contreras a
finales de 1990. Si un borrico rebuznaba en el Viar otro de Laguna le
podía responder, ya que se le puede oír a dos kilómetros a la
redonda.
Muchas familias lagunaras teníamos en asno que nos
servía para llevar el almuerzo y la merienda a los que cultivaban
las tierras de labranza. Además en sus serones cabían un montón de
enseres, desde cántaros de agua, patatas del huerto, leña para las
estufas... hasta amapolas y otras hierbas para los conejos en sacos
de esparto.
Mi padre compró a Doroteo Hernanz un pollino de tres
meses, Pataco, recién destetado, que vivió con nosotros siete años.
Perseguía a nuestro perro Rebelde y le mordía las
orejas. Con él he aganado unas cuantas carreras de burros. Nunca
entendí por qué mi padre juramentaba “cagándose en la burra de
Balaam” y por qué la tomaba con la pobre onagra bíblica.
Una de las burras más señoriales que he conocido ha
sido la de Valentín García (Mora la llamaban y era negra como el
tizón). Paulino la sacaba a pasear los domingos por el Soto y sus
amigos se la pedíamos para montar en ella a las chicas y así
ligarlas.
Crescencio era el burro negro de Florencio Rojo, que
reculó en una ventana de la casa de Basilia, se sentó en la ventana
y les tiró dentro de la habitación a Luís y a su hermano Antonio.
La burra blanca Eloísa de Eloy García casi se ahorca con una soga,
dando vueltas en un árbol, y menos mal que Marcelo, marido de la sra
Isabel, corttó la cuerda con una navaja. Peor sino tuvo la burra de
Servando, la viejita Nicolasa, que apareció una mañana muerta en el
Soto y ahí la dejaron abandonada. Señora se llamaba la burra de
Vicente Palomar (que tenía una hernia estrangulada), era torda y le
servía para ir a todas partes, como tampoco mi prima Eufemia se
perdía ningún entierro de la comarca, deambulando en su burra
negrilla con su albarda y alforjas. También Honorica Redondo y
Dionisio Peña recorrían sus tierras del Campo de Cuevas en su burra
grandota.
Mi primo Engelberto, que era un buen mozo de piernas
esbeltas, se ha quedado clavado de pie alguna vez en algún camino,
cuando salía disparado el burrito Rayo de su suegro Emiliano,; digo
que Engelberto contaba en “Relatos de Laguna de Contreras” que
Ventura araba sus tierras del campo con un borriquillo y una vaca..
¿Cómo era posible que la mayoría de los asnos
conocieran las tierras de labranza de sus amos? Tal es el caso de la
burra gris de mi tía Simona, que en cierta ocasión se montaron
varias nietas suyas y no sabían ir al majuelo del Común y mi tía
les dijo que se fiaran de la burra, que ella conocía del camino.
Recuerdo que hemos subido encima de una burra siete u ocho
chiquillos, desde el “Prao” al puente de Fuentendrino, entonces
la burra se agachó a beber y nos tiró a todo al río.
Bañarse en leche de burra debe ser une experiencia
única, solo reservada a personajes históricos (Cleopatra y Josefina
Bonaparte).
Parece increíble, pero actualmente muchas ganaderías
se sirven de los burros para cuidar su ganado; sus roznidos auyentan
a los lobos y perros salvajes mejor que cualquier guardián y una coz
bien dada puede abrir en canal una panza de un cánido.
Hay que tener en cuenta que la asinoterapia lleva
utilizándose varias décadas en el tratamiento y la terapia de niños
autistas y con síndrome de Asperger con muy buenos resultados quizás
por eso la gente de Laguna era tan feliz, conviviendo en armonía con
tal diversidad de jumentos.
¡Qué pena que no se le haya a alguien haber montado
en nuestro pueblo un negocio lucrativo de jabones de leche de
acémilas! “La finura de su piel femenina se cuida con leche de
burras de Laguna” sería un acertado eslogan. ¿Quién recuerda
haber probado caramelos de leche de burra? Nuestros burritos no eran
tan famosos como “Apuleyo, el asno de oro” (no confundir con el
insigne poeta Apuleyo Soto, de Cozuelos), el cándido “Platero”
de Juan Ramón Jiménez, el rucio de Sancho Panza o “Lucrecio” de
la escritora vallisoletana M. Ángeles Cantalapiedra, pero eran muy
importantes en nuestras vidas y les teníamos un cariño especial.
José Ángel
González Linares