6 Octubre
Del libro “Leyendas de Toledo” por Cristino Vidal.
LA LEYENDA DE PEDRO DE SOLARANA
El siglo doce mediaba
cuando a Toledo venía
un monje y en compañía
de su hermano se instalaba
con él en nuestra ciudad,
en la que se acomodaron
enseguida y se alegraron
por la mucha cantidad
de monumentos que había
para poder visitar,
como su historia estudiar
y por eso su alegría.
Sordomudo era el hermano
desde que nacido hubiera
y no encontraba manera
nunca de ponerse sano.
El nombre de este señor
es Pedro de Solarana,
al que gustaba con gana
dar vueltas alrededor
de iglesias y conventos,
sinagogas y mezquitas
donde realizar visitas,
pues de todo ello hubo cientos.
Por una iglesia pasó
y a través de una ventana
salía cierta mañana
una luz que le cegó,
llamándole la atención
por ser la luz tan brillante
que salió en aquel instante,
es decir, de sopetón.
Por curiosidad entró
y llegó hasta una capilla,
sentándose en una silla
y a los rezos se entregó.
La Señora de la Antigua
era allí la titular
y a ella se puso a orar
una vez que se santigua.
La misa en rito romano
celebraban ese día
y lo del rito sabía
porque era de un monje hermano.
Junto al altar llegó a ver
la figura majestuosa,
espectacular, hermosa,
de una divina mujer.
Le dijo con la mirada
que se pusiera a su lado
y fue a ponerse al costado
de mujer tan agraciada.
Quien oficiaba la misa
también se puso a su lado
como si fuera un mandado,
con agradable sonrisa
y tocándole el oído
un gusano le sacaba
y al momento ya sanaba
pues escuchaba ya ruido
y además perfectamente,
por lo que asistió a la misa,
saliendo más que deprisa
después e inmediatamente
se fue al convento corriendo
a decírselo a su hermano
al que tomó de la mano
entre llorando y riendo.
Aquella hermosa señora
realmente era María,
la Virgen, y ella sería
de ese milagro la autora.
Pasaba al día siguiente
por la iglesia paseando
y cerca de ella fue cuando,
el cura, que está presente,
en la iglesia le hace entrar
y allí de nuevo veía
la faz de Santa María
que comenzaba a brillar.
Ahora el milagro fue
que la voz la recordaba
y ya en consecuencia hablaba,
acrecentando su fe.
Como había recobrado
el poder hablar y oír
a la Virgen fue a decir,
grandemente emocionado.
Madre de Dios, viene a darte
tu indigno hijo y siervo ahora
las gracias, ¡Oh, gran Señora!,
y a prometer venerarte
durante toda la vida,
pues sordo y mudo me viste
y ese milagro que hiciste
ya al mundo me dio salida.
Cristino Vidal
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