24 Noviembre
MEMORIAS DE UNA PELUQUERA (XII)
En aquellos tiempos de sexualidad reprimida se daba rienda suelta después de pasar por el “altar”.
Mis padres entre poca práctica y las prisas... se ve que no midieron demasiado bien y yo salí un poco escasa de estatura. Mis dos hermanas que vendrían después ya eran más altas.
¡Vaya viajecito que me espera! (pensé yo al subir en autobús sin reposa-pies) hacia Madrid a un cursillo de las nuevas tendencias de peluquería.
Para aligerar la cosa, el bus iba parando de pueblo en pueblo recogiendo colegas.
Cuatro horas de pies colgando porque no me llegaban al suelo y aún íbamos por Albacete. Media hora más tarde el vehículo paraba de nuevo al lado de una casa en obras donde esperaban otras tres personas para subir.
Desde la ventanilla del bus divisé un montón de ladrillos apilados.
Lo pensé de repente. Me dirijo al chófer y le pregunto: -¿usted me dejaría que me subiera al autobús un par de ladrillos de esos?
Antes de que contestara el hombre que se le había puesto cara de estupor, dije: -es que no me llegan los pies al suelo y me duelen las rodillas.
Soltó una carcajada y me concedió el deseo.
Si el chófer se extrañó...no os digo nada mis compañer@s. No hay cosa más “chula” que una peluquera “emperifollada” y yo dando el cante por allí espolsando dos ladrillos para ponerlos en el suelo de mi asiento.
Oh, ¡ Qué alivio! ¡Qué descanso!
¿Te guardo los ladrillos para el regreso?
Sí, por favor.
Espero que en la obra no se notara la falta de esos dos ladrillos rojizos, comunes y corrientes.
Mari Carmen
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