24 Marzo
El Río y la Mar
se llevan casando
una Eternidad.
La grande traga al chico
y le impregna de sal
con su corpachón
de aguas de cristal.
Se moja por dentro
-bla, bla, bla, bla, bla…-
y el ritmo de las olas
es superficial
mientras se oscurece
su masa ventral.
El río le adviene a la mar
desde el manantial,
corre que te corre sin parar.
Le ofrece su anillito
sacramental
y muere entregándole
todo su caudal.
Morir de amor se llama eso
en el lenguaje provenzal
que los ajuglarados
vates goliardos
usaban de pueblo en pueblo
y de ciudad en ciudad
allá por la Edad Media
del románico clerical
con sus ermitas
y su catedral.
Apuleyo Soto
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