“Yo siempre estoy en la
Gloria”,
decía mi Gloria Fuertes,
sacando punta a los versos
como una niña riente
y enfurruñada que sabe
escriturar los papeles
y hacerlos volar al aire
doblados en varios
pliegues
como alas de mariposas
por ver si en él se
mantienen…
Hasta hoy se han mantenido
sus poemas indelebles,
ya amarillos como el oro,
ya blancos como la nieve.
Unos son para “mayores”,
otros son para los
“peques”,
todos van de mano en mano,
todos vuelan, suenan,
huelen,
están vivos en los
libros,
nos recrean y entretienen,
juntan –¡qué don que
tenía!-
las dulzuras con las
hieles.
Era Gloria una “poeta
de guardia”
continuamente;
con dos tintos o dos
güisquis
pintaba la vida breve:
“así soy yo”,
comentaba,
“y vosotros, si os
parece”.
Y, claro, nos parecía.
¿No les pareciera a
ustedes?
Porque nos hacía un guiño
de aquiescencia a sus
quehaceres
con esa astuta malicia
que le brotaba en las
sienes
y decíamos que sí:
“que sí, Gloria, nos
parece”,
mirándonos recalcados
en cuatro renglones ternes
que expresaban lo que
todos
los humanos bien
entienden:
“no a la guerra, sí a
la paz,
amor con amor se tiene”,
que el que no goza de amor
no sabe lo que padece.
La conocí ya mayor,
después que en sus
Lavapieses
se codeara con Hierro
y otros vates celeberres,
tal Gabriel Celaya, el
vasco,
que era un niño áspero a
veces,
o el divino Rafael
que se apellidaba Alberti
y en la Roma “caminante”
soñaba con los cipreses
de “La arboleda perdida”
allá en un puerto de
peces
-Puerto de Santamaría-
entre gatos siameses.
Tiempos pasados aquellos
de vino va, güisqui viene
mientras la noche caía
como una bella durmiente
a la que la luna ronda
pepona de coloretes… ,
y su voz ronca rompía
la seriedad del ambiente
cual ola gigante y bronca
que las rocas estremece.
¡Ay, si mi Gloria
viviera!
¡Ay, si mi Gloria
volviese!
¡Y cómo se reiría
de tanto autosuficiente
como pulula hoy en día
por este país de “memes”!
Un día que el Rey emérito
dio en el Palacio de
Oriente
una copa a los escribas
del Reino, mandó a su
Alférez:
“Llévale a Gloria a su
casa
mi corbata, pues la
quiere,
me la acaba de pedir,
en Alberto Alcocer, ocho,
se la dejas y te vienes”.
Y así fue, que yo lo vi
a la mañana siguiente.
La “mujer de verso en
pecho”
se la puso hasta la
muerte.
Apuleyo Soto.
1 comentario:
Encantadora Gloria Fuentes.
Muchas gracias amigo Apuleyo.
Un abrazo.
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