El silencio mi amigo quiere ser,
pero él no entiende que yo no comprendo
su voz y sus palabras y su atuendo,
porque él es sabio y conoce el ayer.
Y yo, que el mañana no quiero ver,
porque me aterra su furia y su estruendo,
me sorprendo viendo al soberbio horrendo
que le basta con del sino volver.
Las voces, que hablan tanto y poco dicen,
son sordas, pues oyen sin escuchar
las penas de umbrías que se desdicen.
Y les basta con las nieblas surcar
para que, un día, la tierra armonicen
con los vientos que nos han de engendrar.
Antonio Cánovas Pinto
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