6 Febrero
ROMANCE DE POCO FUSTE CON SABOR ELEGÍACO
EN la ciudad de Zamora,
hora del atardecer:
ver el revolar sonoro
de los vencejos romper.
Muy vencido el mes de mayo
y ya el sol al trasponer
contemplo la ancha campiña
a lo lejos verdecer.
Baja el Duero, triste y lento,
soñoliento en su mecer
de riberas animosas,
tras azudas descender
entre espumosos resuellos
que ayudan a conmover.
¡Ay, Duero de mis entrañas,
quién te ha visto y quién te ve!
Sesenta años ya pasados,
años que ya no veré,
como tampoco verás
tú las flores florecer,
que hoy contemplas tan ufano
de al derecho y de al revés.
MURALLA, castillo, piedras
que lame el agua al caer;
luces, soles que acribillan
la clara cara y su envés
de las fachadas rotundas
de tanta iglesia cual es:
fervor de estilo románico
y la Edad Media en su ser.
Campanas de bronco son
cúpulas de cuanto fue;
cálidas huellas perdidas
de un tiempo donde hubo fe.
--Río Duero, río Duero,
testigo tú; bien lo sé:
mas a nadie se lo cuentas;
mientras piensas: 《¡para qué...!》.
Pedro Crespo
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