1 Julio
TENERIFE, UNA ISLA EN EL ALMA
El cronista amigo de Icod de los Vinos, José
Fernández Díaz Medina, me impele a que escriba
una crónica recordatoria de mi estancia en la isla
tinerfeña durante la década maravillosa de los años
sesenta, y lo hago con auténtica emoción.
Llegué allí, a la capital Santa Cruz, en un barco de la
Transmediterránea, que partía del río Guadalquivir
en Sevilla, con tres días y tres noches de navegación
con antelación. Me llevaba la Congregación de los
Hermanos de las Escuelas Cristianas, fundada por el
abate canónigo de Reims, San Juan Bautista de la
Salle, que había distribuido su dinero para la
enseñanza y educación de la infancia y la juventud,
en el mundo entero y no sólo en Francia.
Recalé, pues, en el Colegio San Ildefonso-La Salle,
donde di clases dos cursos, antes de subir a La
Laguna, Ciudad Universitaria, durante otros dos, en
los que aproveché para estudiar Periodismo con
Emeterio Gutiérrez Albelo, Carlos Pinto Grote, Juan
Cruz Ruiz y Fernando G. Delgado. También andaban
en ese Campus don Domingo Manfredi y Elfidio
Alonso, que, entre otros próceres, me otorgaron el I
Premio de Poesía Nuestro Arte por mi poemario
“Amor de hombre”, luego transformado en “Amor
de carne y hueso”..
Canarias, en aquellos años, era un Paraíso literario
universal, en el que se daban cita los pensadores
más extraordinarios del mundo entero redondo.
Recorrí la isla de cabo a rabo, de Bajamar al
Médano, del Teide a La Orotava y viceversa… y gané
además el Premio de Sonetos Eucarísticos de esta
villa, floreada de arenas multicolores para el paso
del Señor en el día majestuoso del Corpus Christi.
De manera que abandoné la Congregación con la
dotación de más de 25.000 pesetas en los bolsillos,
que me donaron en los Juegos Florales del teatro
isleño tan beneficioso.
La Estafeta Literaria que dirigía en Madrid el poeta
José García Nieto se hizo eco de mis triunfos con la
firma de Umbral…y pasé a ser un autor solicitado
por los benjamines de la poesía en castellano.
¡Qué alto honor, pero también qué gran obligación!
Años después volvería a ver todas las Islas
Afortunadas, pues al ser nombrado maestro
nacional de Guarazoca (El Hierro), me di una larga
pasada por ellas, luego de solicitar la excedencia del
cupo del Magisterio, que el gobierno de turno del
momento me mantuvo durante treinta cursos
justos.
Ahora, no, ahora eso no pasa, sería un abuso.
Gracias, José Fernández Medina, por hacerme
recordar tan notables estancias en islas de plena
mar.
Mi vida en Madrid volvió a resurgir y entre
Magisterio y Periodismo hice de mí lo que soy
ahora, sí, un hombre hecho y derecho, feliz, feliz.
Pongo punto final a este potpurrí, no sin antes
recordar un poco más lo que allí viví
Y es que el Hermano Domingo, Director del Colegio
La Salle-San Ildefonso, nos llevaba los jueves
vacacionales en la guagua de los alumnos a las
playas del Médano, donde él, de reojo, miraba
poniéndose coloradote de satisfacción y engaño
sexual, a las primeras suecas y francesas que se
exhibían desnudas en las islas atlánticas.
¿Cómo yo, poeta laureado, iba a seguir dando
clases en la Institución. Yo era maestro con sotana o
sin sotana negra, cómo que no. Así que les dije
adiós un verano del 69, que en las playas de Zarauz
también se ponían tetas abajo para contemplarlas
mejor.
El Hermano Manuel Olivé me había encargado
aquel verano componer textos de Lengua para la
Editorial Bruño… y a eso me dediqué. Y muy bien
que me lo pagó.
EL DRAGO MILENARIO
El draqo milenario
de Icod de los Vinos canario,
me sigue asombrando
como cuando
lo vi por vez primera
asentado a su vera placentera,
recibiendo su sombra compañera.
Y que siga siendo así,
que lo quiero bien de veras.
Amigo Medina ¿te enteras?
Aquí te he reseñado brevemente mi vida frailera.
Déjala que quede como tú desées.
Mi hijo Hugo te la transfiere
como yo lo hiciera
si saberlo supiera.
La vida de cada cual
es única y no hay manera
de darla la vuelta
para que sea más o menos lisonjera.
Espero tus revistas y me pongo
a tu disposición sincera.
En Madrid, a 18 de junio,
todavía primavera.
Tuyo siempre hasta que muera
con la pluma en bandolera.
Apuleyo Soto