8 Septiembre
UNA TARDE AL
FINAL DEL VERANO
Sentado en mi patio, al atardecer de un
día cualquiera, el aire se filtraba por el limonero, moviendo las hojas de la
buganvilla. Era una tarde tranquila, somnolienta, de los últimos días de
verano. Esos días en que la temperatura ha bajado casi sin darnos cuenta y, el
frescor inunda todos los espacios. Me venían olores de rosas tardías, y
olor a jazmín se mezclaba con el aroma que provenía de las hojas de mi
limonero lunero. Una tarde que, a la lectura de un libro, podía dedicar
tranquilamente, mientras mi mujer se dedicaba a recoger aquellas hojas sueltas. Una
estampa que siempre había soñado para mi edad madura, se estaba cumpliendo
casi en totalidad. Faltaban las sonrisas de mis dos nietos, un niño y
una niña. Siempre un video, una foto con esas sonrisas que sólo los niños
pueden tener. Una sonrisa fresca, alegre de Lucía y una sonrisa más
socarrona de Gonzalo, como de aprendiendo a reír, debido a su
temprana edad. Lucía, de 3 años y Gonzalo, de 2 y medio escasos, eran la alegría
de mi edad madura. La que me hacía recordar los tiempos de mi infancia,
con mis hermanas jugando.
Cuando era joven, a veces-como todos,
supongo- me ponía a pensar cómo sería mi jubilación. Mis años al
lado de la mujer que quería. Se truncó el sueño; que renació de nuevo, con más
pujanza, con más brío, con más ardor y, a la misma vez, con más
tranquilidad, sosiego y dulzura. Poco a poco se iba cumpliendo aquel sueño de
madurez prematura que llegó con mi jubilación. De eso hace ya más de
11 años. Ya iniciada, como he dicho siempre,
medio en broma, medio en serio, la adolescencia de mi vejez (ando por los
74 años), mi vida ha tomado el sentido y el camino que siempre quise
para estos, mis años de jubilado.
Hace muchos años en Montjuic, eché
una moneda en una máquina que te sacaba la foto que tendrías para
cuando llegaras a la vejez y cómo ibas a ser. No muy creyente de esas maquinitas
“ cogedineroyvete”, me salió la foto de un venerable abuelo, de barba
blanca, con la siguiente leyenda: Tendrás una vejez apacible, rodeado de
nietos y junto una mujer que te querrá mucho”. Aquella foto se
parecía mucho a mí, pero con barba blanca.
Entonces la tenía bien negra. ¿Acaso
era una premonición? Durante mucho tiempo guardé aquella tarjeta, que
perdí en mis mudanzas, pero cuya imagen y leyenda quedaron grabadas en
mi memoria. Ahora me vienen a mi cabeza.
Llegan mis nietos y la alegría inunda
la casa. Frases, como : “Ven, abu, tierra” de Gonzalo; o “Vamos abu,
pintar” de Lucía, inundan de alegría y de paz la vida de este hombre que,
agradece a la vida, y a sus nietos, la tranquilidad de sus años maduros.
Pronto uno cumplirá 3 años y la otra, meses después, cuatro años. Esa media
lengua que tienen para decir y pedir las cosas, llenan de inocencia y
alegría la casa de los abu, como dicen ellos; la abu Paqui y el abu “Canio”, con
esa media lengua que al abuele llega a lo mas hondo de su corazón.
Yo que no conocí a mis abuelos y sí a
las abuelas, nunca supe a qué sabían los mimos y las caricias de ellos,
aunque si de ellas. Por eso, el coger las manitas de ellos, para jugar o para
pasear es algo realmente maravilloso.
Al caer la tarde de este final del
verano, la tranquilidad y el silencio se adueña de nuevo del patio de mi casa.
Los nietos se han marchado con sus padres, de paseo. Los olores han
cambiado y ahora empieza a asomar “el galán de noche” con una fragancia
profunda, inundando toda el patio y la casa. Tan intenso olor que las rosas,
la buganvilla, e incluso el jazmín, esconden sus olores, apabullados ante
el poder del dueño del jardín.
Una tarde cualquiera de un día de fin
de verano ha pasado. La tranquilidad ha llegado a la adolescencia de mi
vejez.
Cándido T. Lorite