17 Mayo
Tristitia es la palabra
que mejor se adecúa
a mi estado de ánimo presente.
Su significado me cae
como un guante en la mano
que todo, lo bueno y lo malo, atrae.
Estoy harto de todo y de todos,
siempre al descampado.
Pero no cito a nadie
como acosador, no, no.
A lo mejor les asiste la razón
a las feroces fieras depredadoras
de mi corazón.
¿Qué poseo yo
para que se aprovechen de mí
en esta guerra sin cuartel?
¿Me entendéis lo que os quiero decir?
Me han deglutido y absorbido más y más.
Hablo de mi literatura y mi personalidad.
Nunca las supieron comprender,
nunca aceptaron mi mismidad,
probidad, honestidad…
y –perdonadme- mi pequeña superioridad.
Esa y así es la realidad presencial y virtual.
¿Congojas? Las sufrí todas.
¿Enojos? Todos los padecí y asumí.
Acordaros de mí, pregonaba
por fuertes y fronteras
pero no me escuchaban
ni me tenían en cuenta
ni me hacían maldito caso
y por lo tanto
me condenaban al fracaso.
Al ocaso de la vida
ya me voy acercando
y siguen insultándome
como si les importara algo.
¡Y de qué modo lo hacen!
No paran mientes,
no cejan de hacer daño.
Pero yo a ellos
no me puedo acomodar.
Soy distinto. Y ya está.
Danos más, danos más, repiten y…
me tengo que aguantar.
Ya les dije que soy una basura,
un despojo, un Don Nadie,
pero porque ellos me degradaron hasta ahí.
Y ese es mi puesto ahora,
el del último de la fila
pero sin canción ninguna
que les pueda ofrecer para que suene
en su alma aletargada y nada espiritual.
¿Qué hacer? ¿Cómo resolver
este dilema que es problema
para mí fundamental?
Paz, perdón, piedad, les grito
como si fuera “El grito” de Munch,
y ni ese les vale.
No intentan oírme, no están al tanto
de mi soledad.
“Un hombre solo”,
se tituló mi primer libro.
No, perdonadme, miento,
fue “Amanecer del Hombre”,
Premio “Nuestro Arte”
del Casino de La Laguna, en Tenerife, Islas Canarias,
pero ese Hombre no acabó de nacer ni nacerá.
Al fin y al cabo ¿para qué?
Si esto que cuento es vivir,
que vuelva Dios a la tierra y lo vea
y que se acuerde de mí.
Desde que nos echó del Paraíso
no hemos hecho otra cosa que vagabundear
por aquí y por allá
sin plantar huella en ningún sitio
desde, o antes, de que los judíos huyeran del Egipto faraoní
y en el desierto, tras el Mar Rojo,
se alimentaran del maná
que descendía de los Cielos
porque era el Pueblo elegido y protegido por Yaveh,
el Dios furioso que todo lo creó de la nada
con su fulgente Luz.
Y la Luz ¿dónde brilla hoy en día?
Prevalen las sombras, hijos míos.
Bueno, que os decía
que maldad y oscuridad se igualan
y que uno, uno como yo,
no es de este mundo.
Y por eso le copian y le acosan
y le producen tristitia,
una tristicia infinita,
mezcla de nostalgia y melancolía.
Apuleyo Soto
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