Me acuerdo detalladamente
del día en que presenté a Antonio Colinas en las Veladas Poéticas
de la Universidad SEK Internacional de Segovia. Estuvo tan soberbio
como humilde, tal cual es y se comporta habitualmente este bañezano
ahora laureado con el Premio Reina Sofía, tan merecido.
Desde “Sepulcro en
Tarquinia” a “Canciones para una música silente” le he seguido
sin parar y me he deleitado y aprendido con sus poemas novísimos, en
los que mezcla la tradición clásica con la vanguardia de la
experiencia. Poetas así, tan caballerosos, que aúnan la persona con
el personaje, no se olvidan jamás. Ética y estética las porta
juntas bajo su cabellera ya nevada de canas.
En su último libro,
“Memorias de un estanque”, se recoge a sí mismo y nos cuenta que
ha ido, no adonde ha querido, sino adonde la vida le ha llevado. Y en
esa vida suya nosotros nos sumergimos con placer lector y pensador. Y
es que Colinas es un ejemplo memorioso y memorable de saber estar en
cualesquiera circunstancia, la de profesor universitario o la de
viajero por la naturaleza. Ama los ríos y los bosques a la vez que
la monumentalidad de las ciudades y nos los hace emocionantes porque
los siente así y nos los hace sentir a nosotros, pasmados ante su
elocuencia rítmica y rimada. Dios se lo pague.
Tendría tanto que decir
de él, que mejor es que me calle, para que ustedes, como yo, sin
perder el tiempo en elogios, se involucren en su obra limpia y
hermosa, tan a pie de tierra como elevada a las alturas de un San
Juan de la Cruz hodierno. Vale.
Apuleyo Soto.
1 comentario:
Los grandes siempre andan con los grandes. ¡Felicidades! para los dos.
Muchas gracias D. Apuleyo.
Un abrazo.
Publicar un comentario