MEMORIAS
DE UN SETENTÓN
Yo
no soy Mesonero,
pero
como él me considero
Cronista
del mundo entero.
¡Ah,
aquellos días
en
la Varsovia nevada
cuando
mi corazón ardía!
¡Ah,
las muchachas
bajo
los abedules
verdes
a rachas!
Y
Grecia por los suelos
de
Olimpia la atlética
hasta
Los Dardanelos.
O
Italia, con la loba
de
Cástor y Pollux
amamantadora.
Después
fue Francia,
la
de Lyón, París, Versalles…
¡cuánta
elegancia!
Allí
también en Reims y Ruan
con
el Señor de La Salle
repartiendo
el pan.
El
pan de la enseñanza
a
los niños de la calle
sin
pitanza ni esperanza.
Amsterdam
tenía
una
Venecia sumergida
para
bogar en barco noche y día.
Pasando
a Albión
me
encontré con Shakespeare,
el
cisne de Avom.
Luego
en el ranchero México
de
Chiapas y Zacatecas
usando
y escuchando su antiguo léxico.
Bolivia
y sus altiplanos
y
la Argentina pampera
llena
de verdor y granos,
con
Uruguay a su vera
como
una planicie llena
de
paz y de sementera.
¡Ay,
Paraguay!
¿Y
por qué te quiero tanto?
Porque
eres guay.
Puesta
de sol en Yakarta,
entre
el Concierto de Aranjuez
y
vinos rubios a la carta.
Y
de allí a Singapur
y
a la isla de Bali
sobre
la mar azur.
Selva
Negra de Alemania,
no
veo el cielo
entre
tanta arbolaria.
Berlín,
Berlín, Berlín:
Caída
del Muro
y
travesía por el Rin.
Bulgaria,
Sofía,
catedral
ortodoxa
que
a las nubes desafía.
Budapest,
dos
ciudades en una:
el
haz y su envés.
Hungría:
1956,
soviética
sangría.
Escocia,
lago Ness,
y
tras el monstruo no visto,
las
Tierras Altas de Ivernés.
Viena
de Navidad y Año Nuevo,
capital
de la Música
y
adornos de acebo.
Brasil
de Carnaval
y
de favelas paupérrimas
junto
al mar.
Marruecos:
Marraqués,
Fez,
Nador, Alhuceima…
y
Casablanca después.
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Antes
de viajar,
libros
y más libros
incitándome
a viajar.
Apuleyo
Soto
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