martes, 7 de abril de 2020

7 Abril



7 Abril
UNA SOMBRA ACOGEDORA.
La sombra de mi padre habita en mí.
la buena sombra, la que abrillanta el sol.
Aunque era serio y prudentísimo, jamás escatimó
una caricia, una sonrisa, una pulsión de amor.
Hoy le veo en el carro de las frutas, las especias,
los pescados, las aceitunas y el arroz.
Recuerdo que renqueaba y que cantaba ante el armonio
en las misas del pueblo con ardor.
Su garganta morena resonaba vibrante
y a la vez con temor y temblor.
Yo era pequeño entonces y todavía lo soy hoy,
pero se alzaba altísimo ante mí
y yo le respetaba como a un hombre de honor.
Mi padre, era mi padre,
entre todos los padres, el más sabio doctor.
Jamás lo cambiaría por ninguno más rico,
de los que había un montón,
como El Bizco y El Píjeres,
El Matacristos y El Ratón.
¡Ay, no, no, no! Mi padre era mi padre,
todo un señor.
Camino de la escuela y de la iglesia, cuesta abajo,
siempre me acompañaba un regato cantor,
y en el toldo del carro de mi padre
ponía: “cada día sale el sol”.
Sol mío, me decía,
y me lo creía yo.
Su silueta tendera y extendida
aún se expansiona por mi ancho corazón.
¡Padre mío, vuelve,
vuelve de Torrecilla, de Aguilafuente y de Carbonero el Mayor!
¡Vuelve, que aquí estoy esperándote
como en la verde infancia de Cozuelos y Griñón!
¡La infancia, ah, la infancia,
la residencia mejor!
Nunca me haré yo grande.
Ni falta que hace. No, no, no.
Apuleyo Soto





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