5
Junio
Manos
de hombre,
manos
de mujer.
Las
manos son
lo
mejor que hay que tener
después
de la cabeza
que
las sepa extender
para
tocar, acariciar
o
recoger
aunque
sea no más
que
un letrado y pulido papel.
Manos
para posar
una
taza en un café,
manos
para liar
un
cigarrillo al bies.
manos
para la cuchara
que
nos da de comer,
manos
para el tenedor
y
el cuchillo también:
trinchar
y cortar
la
carne roja y el escamado pez.
Manos
para repasar
la
enmuchachada piel
o
la arruga de la vieja
que
en un tiempo anterior doncella fue.
Manos,
manos, manos…
Que
no nos falten, que
a
nuestra disposición
siempre
estén.
Manos
arrulladoras
para
el nene y la nena de un hogareño belén,
ellas
las de una virgen madre
y
ellas las de un padre trabajador San José.
Manos
de médico
y
manos de
profesor,
farmacéutico
o
yo qué sé qué.
Manos
y más manos
multiplicadas
por cien,
que
aunque sean solo dos
nos
hacen tanto bien.
Míralas,
míralas
en
un vaivén
del
cuerpo al alma,
de
la pluma al papel,
del
sombrero a la capa,
de
la cocina al dintel,
del
frío al calor
y
al teclado de internet.
Poner
un dedo
ya
es suponer
lo
que vamos a enseñar
y
lo que vamos a aprender.
Una
mano en la cara
y
un dedo en la sién
ya
significan
lo
que queremos darnos a entender.
Bastan
las manos
para
saber con quién
las
enlazamos
y
por qué.
Dadme
manos a mí,
que
muy gustoso las recibiré.
Y
entre tanto trajín
y
entre tanto ¿“cómo está usted”?,
seguiremos
hablando
sin
ningún paripé,
como
es de cortesía
en
los gentelman (pronúnciese men).
Manos,
manos…
de
unas a otras y siempre en pie,
que
esa es otra cosa
que
en cuenta habremos de tener,
por
lo que distinta oda
les
compondré después.
Vamos,
vamos , vamos…
salúdense,
que
con salud…
todo
les irá bien.
Apuleyo Soto Pajares
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