25 Septiembre
“Yo
mismo abrí los cimientos
con
pico, guataca y pala,
en
aquel trozo de erial
que
de padre un día heredara,
y
fui llenando las cepas
con
la roca calcinada
de
otro volcán, ya extinguido,
que
años ha robó la calma
a
la Benahoare hermosa
adornándola
de lava,
inequívoca
señal
de
ser por Vulcano amada.
Y
levanté las paredes,
y
puse techo a la casa,
que
hasta esta noche de infierno
fue
nuestra humilde morada.
También
les hice un corral
al
bardino y a las cabras
y
planté, pegado a un teste,
rosales,
claveles, calas,
que
Nievita, mi mujer,
con
tanto amor las regara.
Mis
manos fuertes de joven
la
albearon con cal blanca,
y
jamás falté al empeño
de
dejarla inmaculada
las
vísperas de la fiesta
cuando
el pueblo se engalana
en
honor a su patrona
y
en las calles y en la plaza
banderitas
de papel
ondean
en hilos de bala.
Ayer,
antes de salir,
Nievitas
hizo la cama,
y
recogió los juguetes
de
los nietos en la caja.
Dejamos
todo en su sitio,
cerramos
puertas, ventanas;
nos
miramos a los ojos
para
darnos esperanzas
de
que habrá otros despertares
otras
nuevas madrugadas
aquí
en nuestra habitación,
aquí,
en nuestra hermosa casa,
donde
criamos seis hijos
y
ahora hemos de abandonarla
porque
un volcán impetuoso
nos
amedrenta, amenaza
con
destrozar nuestro pueblo
y
sepultarlo en su lava.
El
hombre está cabizbajo
en
un lugar de la grada
del
complejo deportivo
Nievitas
con él, lo abraza,
pero
nada los consuela
porque
perdieron su casa.
Consumió
el fuego recuerdos;
ardió
el ropero, la cama,
los
retratos, las cortinas,
y
la cajita de lata
donde
guardaba sus hilos
la
mujer junto a una estampa
de
la virgen de Las Nieves,
la patrona de La
Palma”.
Jaime
Quesada Martín