30 Octubre
MI EXPERIENCIA EN YOGA.
“Es bueno para los huesos”
me decían todas encantadas
y salían tan entusiasmadas,
contentas de sus progresos.
Me coincidía con otra clase
que hacíamos con los mayores,
música, canto, de mil sabores
y la armonía se nos renovase.
Envidia tenía de verlas salir,
felices, risueñas y relajadas,
las encontraba tan animadas
que a los dos sitios quería ir.
A la música yo nunca faltaría,
¿cuestión de ir más temprano?
¿o apuntarme de antemano,
cuando no coincida el día?.
¡Bien! así mismo pudo suceder.
Entusiasmada compré esterilla,
complementos y almohadilla
y para el yoga a ¡rejuvenecer!
En el primer calentamiento,
que nos daba la profesora...
una persona encantadora,
para mi ya era un tormento.
El problema más grande fue
cuando nos mandó al suelo,
con la mano sin tocar un pelo
teníamos que llegar al pie.
O el brazo lo tengo corto...
o tal vez mi barriga ancha,
tirada igual que una plancha
a saber como me comporto.
Menudo era mi sufrimiento,
todos llegaban de maravilla
y yo sin pasar de la rodilla,
me moría de agotamiento.
¡Ay, madre!, ¡cuánta postura!
Ahora, izquierda, luego derecha,
estaba aún más que maltrecha
y los huesos casi en tritura.
Miraba en ellos sus revuelos
todos se movían tan felices
con soltura y yo de narices,
“espatarragá” por los suelos.
El problema se presentó...
cuando me tocó levantarme,
sin nada donde agarrarme
y digo: ¡aquí me quedo yo!
Ponerme en pie, ya no podía,
si no llega a ser por mi cuñado,
que se encontraba a mi lado,
allí en el suelo estirada estaría.
Así, que llegué ligera a casa.
Guardé mi equipo al instante,
de color fucsia relumbrante
y que espere a ver que pasa.
No tiene ni pizca de guasa,
pues si el yoga es relajante,
yo que ahora estoy flamante,
me quede como una carcasa.
Mari Carmen
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