4 Abril
Del recital de poesía 2023
ROMANCE DE LA VOZ EN LA SANGRE
Fue hacia la tercera luna
cuando
lo sintió en los centros.
Estaba sobre la hierba,
tumbada de
cara al cielo
-viendo la tarde morirse
sobre sus ojos
abiertos-
cuando notó en la cintura
como un pájaro pequeño,
que aleteó por lo oscuro
de su vientre unos momentos,
y
luego vino a pararse
sobre su talle, en silencio...
Fue
hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros...
Un
¡ay! de gozo y asombro
y otro de duda y recelo
salieron de
su garganta.
Las palomas de su pecho
se erizaron de blancura,
y un temblor de alumbramiento
sacudió de sur a norte
todo
el mapa de su cuerpo
e hizo crujir entre sombras
las ramas de
su esqueleto...
En un brinco de gacela
se ha levantado
del suelo
y ha echado a andar lentamente
por la vereda de
cedros.
Parece tallada en tierra
la cara de Sacramento.
-Iré
a ver a la Jacinta
lo mismo que otras lo hicieron...
Ella
conoce las plantas
y sabrá darme el remedio...
-¿No te da
pena matarme
antes de nacer...?
¡Qué miedo
le dio al escuchar la voz
que le salía al
encuentro,
envuelta en hilos de sangre
cortando su propio
aliento!
-¿Quién eres que así me hablas...?
-Ahora,
nadie... casi un sueño;
mañana, si tú me dejas,
un hombre
de cuerpo entero...
-¿Y qué voy a hacer, mi niño?
-Parirme
como un almendro
en la mitad de la cama
con las entrañas
ardiendo.
-¿Pero y mi honra?
-Tu honra
la limpiaré con
mis besos:
las madres después del parto
quedan igual que un
espejo...
-Pero me faltan seis meses,
seis plenilunios
completos
frente a los ojos que miran
y las bocas de veneno.
-¿Y a ti qué te importa nadie?
Ponte delante del pueblo
y
escúpele la belleza
de llevar un hijo dentro.
-¡Temo a las
lenguas cobardes!
-Y en cambio no te da miedo
ir a buscar una
planta
de sombra -flor de silencio-,
para derramar mi vida
por el primer sumidero
y que no quede del hijo
ni una
fecha ni un recuerdo...
-¡Calla!
-No puedo callarme.
Una
perra no haría eso:
me lamería los ojos
hasta que los fuera
abriendo...
Pondría mi piel suave
lo mismo que el
terciopelo
y luego ya, sin saliva,
con los dientes en acecho,
se tumbaría a mi lado
hecha un río dulce y tierno,
para
que yo la dejara
hasta sin cal en los huesos.
-¡Por Dios!
-Por Él, yo te pido
que no me dejes sin cielo.
Corta
sábanas de holanda;
borda pañales de céfiro;
aprende nanas
azules
y planta naranjos nuevos...,
y cuando me hayas parido
como a un torito pequeño,
abre puertas y ventanas,
que
me contemplen durmiendo
lo mismo que un patriarca
en el valle
de tus pechos...
La voz se apagó en la sangre;
la cara de
Sacramento
parece como de barro
de oscura que se le ha
puesto,
y con sus manos sin pulso
se toca el vientre
moreno...
¡Ay qué monte de alegría!
¡Qué rosal al
descubierto!
¡Qué luna bajo la falda!
¡Qué lirio de tallo
inquieto!
-¡Yo te juro, amor -mi niño-,
por mis vivos y mis
muertos,
que te he de parir un día
sonámbula de contento,
aunque me escupan a una
todas las lenguas del pueblo!
Rafael de León. (Recitado por Juan Antonio y Encarna)
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