31 Enero
Un viaje de 1.000 kilómetros comienza
con un simple retraso de dos horas antes de partir.
Bob Levey
¿No sería realmente maravilloso que
todas las cosas sucedieran en el momento en que uno espera que así
sea? Las reuniones comenzarían y acabarían según el horario
previsto, los ensayos no se prolongarían, las entregas se harían a
las horas convenidas, las citas no supondrían ninguna espera y los
aviones despegarían y aterrizarían a su hora.
No resulta fácil vivir en un mundo
donde esas reglas no se cumplen. Es un mundo en el que los ojos
vidriosos, los pies que golpean el suelo y los profundos suspiros
reflejan el impacto de las demoras. Y es un mundo en el cual abundan
excusas tales como: “Me quedé atrapado en un atasco”, “Lo
siento, pero el doctor ha tenido una urgencia” y “ El aeropuerto
estaba cerrado por la niebla”.
Vivir en un mundo así requiere
flexibilidad para cambiar o revisar los planes, capacidad par liberar
la frustración en situaciones que escapan a tu control y la
habilidad suficiente para aprovechar el tiempo de la mejor manera
posible durante las demoras imprevistas. Busca un taxi si tu amigo
no ha podido recogerte en el aeropuerto. Lees un buen libro en la
sala de espera del médico para no tener la sensación de que estás
perdiendo el tiempo. Y aprovecha las esperas como mejor te sientas.
Es posible que hoy las cosas no sucedan
como yo deseo y necesito disponer de un Plan B en caso de que el Plan
A no funcione.