viernes, 31 de enero de 2020

31 Enero


31 Enero

Un viaje de 1.000 kilómetros comienza con un simple retraso de dos horas antes de partir.
Bob Levey

¿No sería realmente maravilloso que todas las cosas sucedieran en el momento en que uno espera que así sea? Las reuniones comenzarían y acabarían según el horario previsto, los ensayos no se prolongarían, las entregas se harían a las horas convenidas, las citas no supondrían ninguna espera y los aviones despegarían y aterrizarían a su hora.
No resulta fácil vivir en un mundo donde esas reglas no se cumplen. Es un mundo en el que los ojos vidriosos, los pies que golpean el suelo y los profundos suspiros reflejan el impacto de las demoras. Y es un mundo en el cual abundan excusas tales como: “Me quedé atrapado en un atasco”, “Lo siento, pero el doctor ha tenido una urgencia” y “ El aeropuerto estaba cerrado por la niebla”.
Vivir en un mundo así requiere flexibilidad para cambiar o revisar los planes, capacidad par liberar la frustración en situaciones que escapan a tu control y la habilidad suficiente para aprovechar el tiempo de la mejor manera posible durante las demoras imprevistas. Busca un taxi si tu amigo no ha podido recogerte en el aeropuerto. Lees un buen libro en la sala de espera del médico para no tener la sensación de que estás perdiendo el tiempo. Y aprovecha las esperas como mejor te sientas.

Es posible que hoy las cosas no sucedan como yo deseo y necesito disponer de un Plan B en caso de que el Plan A no funcione.

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